Les comentaba en la entrada anterior… que seguramente la desigualdad va a salirnos muy cara. Como bien advierte Stiglitz un sistema desigual es menos socio-políticamente menos estable y económicamente menos eficiente.
Esta misma semana aparecía un informe de Oxfam internacional que apunta en el mismo sentido(aquí). Cuando «la mitad de la renta mundial está en manos del 1% más rico de la población» o cuando sólo 85 personas físicas poseen la misma riqueza que 3.500 millones estamos entrando en escenarios de «riqueza extrema»; expresión que trata de, acertadamente, evocarnos el concepto de «pobreza extrema» para indicar que tan devastadora para la estabilidad del sistema puede ser tanto una como la otra.
En el resumen ejecutivo, el informe deja bien claro, para desmarcarse de romanticismo colectivos-expropiatorios, que «Un cierto grado de desigualdad económica es fundamental para estimular el progreso y el crecimiento, y así recompensar a las personas con talento, que se han esforzado por desarrollar sus habilidades y que tienen la ambición necesaria para innovar y asumir riesgos empresariales.» Ahora bien, entre la justa desigualdad estimuladora del talento y la obscenidad moral de una riqueza creciente y banal hay un trecho que nunca deberíamos haber empezado a recorrer.
La conclusión fundamental del informe es profundamente descorazonadora. No sólo ha aumentado la concentración de los ingresos y la riqueza en manos de unos pocos (Cap. 1) sino que la tendencia es de crecimiento exponencial: en parte porque «dinero llama a dinero» y en parte, porque con tan debordante cantidad de dinero las élites pueden manipular el sistema en su favor (Cap 2) a través de fuertes campañas de presión a políticos (lobbies) y de (des)información a ciudadanos (control medios de comunicación).
El mundo Occidental está olvidando de forma acelerada el bienestar en términos de estabilidad social y riqueza compartida que fueron los años que abarcan desde la posguerra hasta la revolución conservadora de Reagan y Thatcher.
Hasta ahora se ha soportado la creciente desigualdad por el aumento de riqueza, pero ¿cómo afrontará una sociedad con amplios derechos democráticos y altos niveles pretéritos de bienestar el hecho de empobrecerse mientras unos pocos se enriquecen obscenamente?
Parece que a las élites les empieza a preocupar poder ver de nuevo a los sans-culottes a las puertas de Versalles y el tema va ganando posiciones a las agendas de debate, como en el último foro de Davos. Veremos en que queda la cosa y si cambia el reparto de la tarta.