La «Capacidad» de elegir

En su famosísimo libro «libertad de elegir» Miltron Friedman argumentó convincentemente sobre las bondades del mercado para mejorar nuestra calidad de vida y ampliar las libertades personales. El libre mercado, sustanciado en el papel coordinador de los precios y en un marco jurídico que permita la máxima autonomía en los intercambios voluntarios, es una condición para la prosperidad y la libertad. Ahora bien, conviene matizar claramente que no es lo mismo la «libertad-de-elegir» que la «capacidad-de-elegir», como bien advierte Amartya Sen en su estupendo libro «Desarrollo y libertad«. La «capacidad » está relacionada con las libertades reales que la gente puede disfrutar, y no solamente con las nominales. Un par de ejemplos, del propio Sen ilustran claramente la distinción. No es lo mismo el derecho al voto, que la capacidad de votar. Imaginemos que un país recoge en su ordenamiento jurídico el sufragio universal, este reconocimiento será un derecho meramente nominal si la gente no puede ejercerlo realmente, como sería el caso de que no supieran leer/escribir o de que se ejerciera un control caciquil o de que las urnas estuvieran muy lejanas y mal distribuidas, etc… En definitiva, la ley reconoce al voto, pero algunos ciudadanos no tendrían la capacidad de ejercerlo por la existencia de unas barreras que suponen obstáculos insalvables o que requieren un elevado esfuerzo desincentivando el ejercicio de esa libertad. Un segundo ejemplo es, quizá, aún más ilustrativo: no es lo mismo ayunar voluntariamente que no tener nada con que alimentarse. Las consecuencias fisiológicas son similares (desnutrición por la ausencia de ingesta de alimentos) pero en el primer caso es una «libertad» ejercida voluntariamente (bien por motivos religiosos o de protesta política, como en el caso de las huelgas de hambre, o incluso estéticos) mientras que en el segundo es una imposición de la realidad que limita la «capacidad» de la gente.

Me viene  a la cabeza todo esto porque hace poco tiempo «decidí» voluntariamente darme de alta en un tratamiento de fisioterapia en el que llevaba varios meses. En la decisión valoré el coste temporal, los resultados ya alcanzados y el poder continuar por mi cuenta. La decisión fue totalmente libre, pero la pude tomar porque tenia la «capacidad» para hacerlo. Capacidad que venía dada porque en España gozamos de un estupendo sistema de Seguridad Social que me «ofreció» la posibilidad de ser tratado. En aquellas otras regiones del mundo donde tal posibilidad no existe (sistemas médicos privados o sistemas públicos deficientes y/o saturados) la gente no es «libre» para tomar esa decisión. Este complaciente párrafo sobre mi experiencia sanitaria, no me hace olvidar que tal como se está poniendo el patio en España la «capacidad» sanitaria se está resintiendo por problemas asociados a la falta de medios y las listas de espera. Si estoy meses y meses y meses a la espera de un tratamiento mi «libertad» efectiva se ve claramente mermada.

La moderna visión del desarrollo que debemos a Sen insiste claramente en que frente a las «libertades-para-elegir» nominales, el verdadero desarrollo se centra en las capacidades efectivas o las «libertades-para-elegir» reales que la gente puede disfrutar. Sin ser exhaustivo, Sen reconoce algunas libertades sustantivas y básicas para que podamos hablar de desarrollo, entre ellas: ser capaz de evitar privaciones como pasar hambre, estar malnutrido, escapar de la mortalidad prematura, gozar de las libertades asociadas a la alfabetización, disfrutar de la participación política y de la libertad de expresión. Es por todo ello, que Sen concluye que el verdadero desarrollo se sitúa más en el ámbito de la expansión de las libertades que en el del mero crecimiento económico (sin que ambos sean excluyentes). Habrá más desarrollo cuando haya más libertades efectivas o, en sentido negativo cuando se eliminen las mayores fuentes de no-libertad como son: pobreza, la tiranía, al escasez de oportunidades económicas, la privación social, la ausencia de infraestructuras públicas socio-sanitarias, la intolerancia o la represión política. Como bien advierte Sen el elemento más favorable al libre mercado es la libertad en sí misma, más que el mecanismo. Es por tanto, en la expansión de las libertades donde hay que centrar los esfuerzos.

Todas estas Ideas conviene tenerlas bien presentes en un contexto de creciente desigualdad económica. Como ya he comentado  varias veces (aquí, aquí, aquí) la desigualdad extrema puede convertirse en el gran desafío socio-económico para el siglo XXI. Un cierto grado de desigualdad alienta e incentiva, diría incluso que es necesario para que la gente se esfuerce por prosperar y por recibir la adecuada remuneración de su valía, pero la obscenidad de que 62 personas tengan lo mismo que las 3.500.000 millones más pobres sólo puede ser un caldo de problemas e inestabilidades, amén de una profunda injusticia.