Nos advierte Amin Maalouf en su estupendo «El desajuste del mundo» que hemos transitado de un mundo en que las divisiones eran fundamentalmente ideológicas y el debate incesante, hacia otro mundo en que las divisiones se construyen en torno a líneas identitarias dejando, por tanto, poco espacio al debate.
Nos encontramos, por tanto, en la actualidad con una política de trincheras en la que cada uno hace fuerte sus posiciones y ninguno osa adentrarse en la incierta «tierra de nadie» buscando puntos de encuentro. Esta política de trincheras se ve potenciada, en el caso español, por dos características muy nuestras, que incluso podrían considerarse una sola. La primera, el secular guerracivilismo español del «conmigo-o-contra-mí». La segunda, el tener que comulgar con el paquete ideológico completo del partido. Obviamente, en España, si te gustan -o si no te gustan pero no criticas los toros- sólo puedes ser de derechas, monárquico, clerical, favorables a la privatización de los servicios públicos y el desmantelamiento del estado, anti-sindical, contrario a regulaciones laborales, ambientales… Mientras que si alzas la voz en favor de los derechos de los inmigrantes o contra la discriminación de género, has de ser anticlerical, federalista, republicano, defensor de un sector público invasivo de esferas privadas… En definitiva,
es un «todo incluido» irrenunciable, sin matices, sin zonas grises, sin discrepancias… una política de trincheras y forofos que se ha visto claramente reflejada en unas campañas políticas caracterizadas por las líneas rojas y el veto. Ya se sabe que es más fácil construir fidelidades en negativo (contra un enemigo) que en positivo (consensuando un proyecto común).
Esta deriva de los partidos en los últimos años se refleja, a su vez, en una creciente ausencia de diálogo político -y escucha- entre los ciudadanos. Es cada vez más difícil aventurarse en cualquier tema polémico en el ámbito familiar, con amigos, compañeros de trabajo sin que acabe en una ataque personal y etiquetado con todo el paquete doctrinario. Así que como nos advierten nuestras madres en nochebuena… «esta noche de política nada de nada».