El otro día en mi vieja habitación de la casa familiar me encontré con mi antigua máquina de escribir; una máquina de gama medio-baja pero que cubría estupendamente bien las necesidades de un estudiante de Bachillerato de finales de los 80. Pues bien, no sé porqué (quizá llevado de ese impulso nostálgico de los que estamos en una edad que no sabemos si vamos o venimos o que lo mismo nos sale una cana que un grano p…..) pues decidí desempolvarla, apretar las teclas y…¡voila! funcionaba a las mil maravillas. Y pensé: ¿con al aura nostálgico-romántica que tienen las máquinas de escribir, porque no mantengo mi blog con mi antigua Olympia verdoncha?¿Quizá las musas me sean más propicias? Total, que no sé si el angelillo del hombro derecho o el diablillo del izquierdo me decían: «coge tu vieja máquina y déjate de ordenadores y chiches que enturbian más que esclarecen el pensamiento». Por supuesto, la máquina se quedo en casa de mis padres y yo ando tipeando esta entrada en mi ordenador y viendo cómo se desplaza el cursor delante de una estupenda pantalla LED de 27″. Obviamente, una anécdota no hace categoría, pero a veces el poder evocador es tan poderoso que puede convertirse en cuento con moraleja.
A estas alturas de la película, creo que no sorprende a nadie el inmovilismo épico de nuestro presidente del gobierno. Dejar las cosas como están es una manera tan legítima como otra de entender el servicio público. Y si sus votantes lo avalan, pues nada que objetar. Ahora bien, lo que me rechina enormemente es el argumento: «Si las cosas funcionan para qué vamos a tocarlas». En la entrevista de Jordí Évole la idea sobrevoló buena parte de sus intervención, justificando con convicción su inmovilista manera de entender la política. Y la idea, lejos de ser una más de entre las cientos que rellenan los discursos, se está convirtiendo en el eje central de su mensaje electoral con el doble objetivo de convencernos, primero, de que las cosas funcionan y, segundo, del daño que pueden hacer aquellos-que-quieren-cambiarlo-todo. No es que yo defienda ponerlo todo patas arriba; si no no ser maximalista en los postulados.
Pues bien, creo que a Rajoy le vendría bien repensar su posición del «si-funciona-para-que-cambiarlo» mirando empresas como Olivetti (por seguir en el sector de las máquinas de escribir) o de Kodak (en el sector fotográfico) o de Nokia (telefonía móvil). Empresas que teniéndolo todo, siendo las auténticas líderes mundiales y partiendo de una excelente posición de salida se dejaron adelantar por la derecha por starts-up (firmas más pequeñas o más creativas) que sí creyeron en qué se podían cambiar las cosas que funcionaban. Algo parecido pasa en el sector del cine y la TV; mientras que los grandes estudios siguen presionando a gobiernos para conseguir leyes más estrictas, al tiempo que anacrónicas e inútiles, y extensiones temporales de los derechos de autor, otras nuevas compañías, como NEtflix, perciben que los modos de hacer negocio han cambiado y triunfan donde las grandes sólo saben lamerse las heridas.
En definitiva, ese inmovilismo del Sr. Rajoy me suena a viejuno, a tratar de que se pare el mundo porque yo no soy capaz de adaptarme. Creo que nuestra clase política y la sociedad en general ganaría mucho si supiéramos diferenciar entre los viejo y lo viejuno. Lo viejo y lo antiguo puede incluir elementos dignos de preservarse y cuando todo en ellos es excepcional lo etiquetamos como clásico; pero lo viejuno es otra cosa, es una manera casposa, sectaria y torpe de intentar frenar todo aquello que no cuadra con mi inmovilista visión del mundo.
Rajoy y la máquina de escribir es un cuento con moraleja, sobre unos políticos analfabetos digitales que no se enteran de cómo ayudar a su país a ser más competitivos en un entorno tan cambiante y de suelo tan resbaladizo. Por supuesto, que el ser humano se encuentra más a gusto en la certeza del tiempo pasado; pero el cambio es de dimensiones tan épicas que el «si-las-cosas-funcionan-vamos-a-dejarlas-como-están» no nos va a servir para nada más que para perder, de nuevo, como tantas otras veces, el tren de la historia. Y mientras tanto, seguiremos tipeando en máquinas de escribir… porque esas sí que funcionan.