En el excelente documental ganador del Óscar «Inside Job» se cuenta que Richard Fuld, CEO de Lehman Brothers, hizo instalarse su propio ascensor privado, de tal manera que se desconectó de todos. El chófer llamaba al ascensor, un guardia de seguridad aguantaba la puerta y él entraba directamente de tal manera que «sólo habría dos o tres segundos en los que tuviera que ver a la gente». (Aparece en los últimos segundos del siguiente fragmento)
Dan Ariely, en su recomendable libro «las trampas del deseo», muestra como las estafas o engaños online son percibidos como menos graves que los atracos directos.
¿Qué tienen en común estas dos historias? Que indudablemente es más fácil engañar cuando no vemos el rostro de la persona a la que estamos engañando.
Stigler, uno de los grandes apóstoles de la eficiencia del libre mercado y de la desregulación, afirmaba que no es que el ser humano no fuera altruista sino que la preocupación por los demás es muy fuerte entre la familia y los amigos y parientes cercanos pero disminuye cuando aumenta la distancia social de la persona.
Así pues, la gran paradoja de la globalización es que al tiempo que nos enriquece económicamente, nos empobrece socialmente pues aumenta la distancia con las personas que van a «consumir» el producto de nuestro trabajo. Es decir, negociamos y vendemos nuestros productos a «gente sin rostro».
El patrón de comportamiento es completamente distinto cuando el objeto de nuestro trabajo se dirige a la comunidad-sociedad donde vivimos. En este contexto la «gente tiene rostro» y convivimos con ella a diario. En este caso la honestidad prima en espera de un comportamiento recíproco, promoviendo además un clima agradable para la convivencia. Lo cual, por cierto, no deja tampoco de ser egoísta. Ya advertía Adam Smith de las ventajas para la propia persona de la honestidad.
Pero volviendo a la «gente sin rostro», ¿No les parece sospechoso que las grandes empresas distribuidoras de comunicaciones, energía, … prefieran sustituir los servicios presenciales de atención al cliente por números de teléfono? Por encima del ahorro de costes, prima la cuestión de que se evita que el responsable tenga que mirar directamente a la cara del cliente y ver el desengaño, el sufrimiento o el enfado por un producto que no cumple con lo prometido. ¿Les suena la historia?
En conclusión, a los ejecutivos de la industria financiera les resulta menos doloroso embolsarse millones de dólares en bonus por vender productos tóxicos y estafar a gente a las que no tienen que ver cada día. No es mala terapia preventiva. Quizás a Richard Fuld, lo del ascensor, se lo aconsejó su psiquitra.