Joseph E. Stiglitz, nobel de economía 2001 y reconvertido azote de neoliberales, ha escrito un estupendo artículo de opinión que recomiendo (aquí). Las cifras de arranque son demoledoras: en los últimos 25 años, el 1% de la población americana más rica ha pasado de controlar el 12% al 25% del ingreso anual y del 33% al 40% de la riqueza nacional. Es decir, un brutal incremento de la desigualdad en la sociedad americana; una desigualdad perseguida con avaricia y desenfreno pero que pueden llegar a lamentar.
El artículo toca muchos palos: la falta de escrúpulos de la industria financiera, el negocio de la defensa, las connivencias gubernamentales para favorecer a los más ricos (tema principal del oscarizado documental Inside Job), el descenso de las inversiones públicas, la reducción de impuestos… y retrata como se ha ido deteriorando el sueño americano compartido, para convertirse sólo en el sueño de unos pocos.
El artículo, no obstante, resulta especialmente interesante por la idea que Stiglitz inteligentemente sugiere y deja en el aire: Los ricos están jugando con fuego en su visión cortoplacista; no se dan cuenta de que su destino está unido al resto de la población. «A través de la historia, esto es algo que el 1 por ciento superior finalmente acaba aprendiendo. Demasiado tarde». A buen entendedor… sobran las referencias a cualquiera de las revoluciones que han jalonado la historia
Y lleva razón. No existen burbujas de lujo en las que aislarse, sino destinos compartidos. La clase alta-rica puede despertar cierta sana envidia y el deseo de alcanzar ese status; pero cuando las diferencias se vuelven obscenas y, sobre todo, cuando la riqueza se ha obtenido provocando artificialmente la miseria del resto, de la envidia se pasa al odio y al deseo de venganza por la riqueza perdida.
Por cierto, toda una ironía que el artículo lo publique en Vanity Fair… o no.