Leo, que la vicepresidenta del gobierno catalán pudo falsear su curriculum atribuyéndose una licenciatura que, a falta de unas asignaturas, todavía no tiene (aquí). Caso, por cierto, que parece no ser algo aislado (aquí). Si el error fue consciente, debería dimitir, por falta de honestidad. Si, como afirma, se debió a un error de transcripción… debería plantearse la dimisión por no estar atenta a una información de la que ella es la última responsable. Parece, no obstante, que las explicaciones dadas satisfacen al presidente (no a la oposición) y le permiten mantenerse en el cargo. Me recuerda este caso a la reciente dimisión del ministro alemán de defensa (por cierto, el más valorado del gabinate) por plagiar su tesis doctoral (aquí). Dos casos significativamente paralelos, si bien con desenlace político distinto. No es mi intención escribir este post para exigir una dimisión al hilo de la actualidad, sino para reflexionar sobre la escasa utilización del recurso a la «dimisión» en España.
La fortaleza de una democracia se sustenta en un complejo entramado de elementos tangibles e intangibles. Los primeros vienen determinados formalmente en el marco jurídico-institucional constituyente y su posterior desarrollo legislativo. Los segundos, a mi juicio más importantes, los van definiendo las prácticas políticas y ciudadanas que, poco a poco, van conformando una «cultura» democrática de la que es muy difícil sustraerse. Pues bien, y retomo el tema del post, ¿cual es esa cultura en relación con las dimisiones? Pues sencillo… Aquí no dimite nadie; uno se agazapa a esperar que escampe y santas pascuas. Solamente si la presión es insostenible se deja caer al político afectado, a modo de cabeza de turco.
Pues es una pena, pues la dimisión es un saludable recurso democrático para salvaguardar la honorabilidad de la clase política en su conjunto. Si la más mínima mancha recae sobre un político, éste dimite lo que permitiría al resto llevar con orgullo el nombre de su profesión. Pero no… En esas no estamos, más bien en a ver cuanto resisto.
Por cierto, hay otra caso reciente de plagio de tesis doctoral y que, a diferencia del ex-ministro alemán, no ha implicado la dimisión del afectado (aquí). Aunque, según las noticias de estos días parece que lo van a cesar desde el exterior. Menuda metáfora para politólogos. Pues eso.