Callejero

Esteve Grasset. 1987

Alojado en un cuarto de la calle perdida 
agujero en el suelo como único sanitario
botella de vino
esposa cantando en cualquier pub
“caminatas e insomnios” (Luis Ramírez) del deseo
invento la ciudad necesaria
los actos propios y ajenos
cito de memoria las insuficiencias
¡documentación!
los primeros tragos despiertan la clarividencia
los últimos preludian vómitos con sentido
hacia el vaivén de sueños abiertos
la ciudad baila como debería bailar siempre
¡documentación!
Siéntate en esta cama de hierro, contempla los dibujos que rayaste sobre la pared de yeso y recuerda qué querías decir, qué querías hacer. Te sentías encerrado, a pesar de saber que tenías la puerta abierta. Preferiste quedarte y otra vez, como siempre, golpear tu cabeza contra la pared, dibujar, y al mismo tiempo recitar para ti aquella conferencia sobre el terror. Y tú, que quisiste hacer sentir el terror en lugar de hablar sobre el terror, ahora escenificas los fenómenos atmosféricos del terror. En este frenesí de caminatas por tu cuarto, de puyazos sobre la pared, no sólo helaste tus pies descalzos, rompiste la punta de todos tus lápices. Creyeron que estabas loco. De hecho, sabían que estabas loco. Te enfundaron la camisa de fuerza. Supiste otra vez de la electrocución. y ahora, inmóvil, con el cerebro paralizado, miras estos trazos surcados en el yeso. Los miras y los mirarás siempre. Porque sabes que allí está todo lo que debe estar.

Sobre agujas ensangrentadas, carne destrozada, manadas de sentimientos muertos, me tiro por el balcón como hacen todos y todo…
Ya lo sé, sí ya lo sé. Por la mañana el asfalto estará limpio, sin cráneos, sin basura, todo preparado para el tenue sonido zapatos cuero legítimo.

José María.

Hubo una época en la que todas las casas de la ciudad 
albergaban docenas de cómodas
un año después ninguna casa de la ciudad albergaba ya 
cómoda alguna, señor.
Sólo José María
cazador aficionado
propietario de una escopeta de cañón único
no sucumbió a la fiebre de la venta de la cómoda. José María cazador aficionado
del que no se conocía ninguna otra actividad quemaba sus cómodas, señor.
Lo quemaba todo
yo lo quemo todo, decía
todo, decía.
Lo quemo todo
no sólo cómodas
lo quemo todo, decía todo, decía.
José María no vendió ni una sola cómoda, 
señor las quemó todas, señor.
Yo lo quemo todo, decía
todo, decía.
La estufa precisa de toda la madera disponible, decía
de toda la madera, decía.
Lo quemo todo, decía
con herramientas bien afiladas troceo la madera
la introduzco dentro de la estufa
y allí se quema todo, señor, decía.
Cuando la fiebre de la venta de la cómoda pasó,
José María, señor, no disponía ya de ninguna cómoda, señor
nadie disponía ya de ninguna cómoda, señor
le estoy hablando de una ciudad sin cómodas, señor.
Un año después de extinguida la fiebre de la venta de la cómoda 
inesperadamente llegó la fiebre de la compra de la cómoda, señor
los que habían vendido cómodas ahora las compraban
compraban cómodas copia de las cómodas que habían vendido 
cómodas ahora de peor madera
cómodas ahora de baja calidad.
Todos compraban cómodas de las nuevas copia de las viejas
sólo José María no compró cómodas de las nuevas copia de las viejas cómodas ahora de peor madera, cómodas ahora de baja calidad
José María sólo quemaba, señor
yo sólo quemo, decía
no podía ocuparse de comprar, señor
sólo de quemar.
Tanto durante el tiempo de la fiebre de la venta de la cómoda
como durante el tiempo de la fiebre de la compra de la cómoda 
hubo un tráfico de cómodas incalculable
un tráfico, permítame que le diga, demencial
tráfico de cómodas insufrible, inaguantable
todas las calles llenas de cómodas
cómodas descendiendo de los balcones
atadas siempre a gruesas sogas
embaladas con mantas para evitar rasguños
algunas sogas podridas se rompieron a consecuencia de lo cual muchas cómodas encontraron su fin como cómodas sobre el asfalto. La fiebre de la cómoda
durante la fiebre de la cómoda, de la venta de la cómoda
el tráfico de cómodas embaladas atascaba todas las calles
cómodas que siempre se transportaban sobre vehículos
toda clase de vehículos
toda una ciudad ocupada con el tráfico de la cómoda, señor
toda una ciudad empeñada con el tráfico de la cómoda, señor
ahora que lo pienso
una obra de arte
una obra de arte inmensa
una obra de arte inmensa nunca más contemplada
una obra de arte que por lo que yo sé
no figura en ninguna historia del arte
historia del arte como usted comprenderá
absolutamente falsa
absolutamente incompleta
absolutamente deficiente
absolutamente impresentable.

Nunca hubo fiebre de la silla
es decir, señor, no se vendió ni una sola silla, señor
se vendieron todas las cómodas en existencia
pero no se vendió ni una sola silla
no se vendió ni una sola silla porque nadie compró ni una sola silla sólo se compraban cómodas
sólo cómodas.
Sin riesgo de equivocarme puedo aventurarle, señor
que no se vendió ni una sola silla porque no hubo ni un solo comprador de sillas
con comprador de sillas se hubieran vendido tantas sillas
como se hubieran comprado
es más, señor
sin riesgo de equivocarme puedo aventurarle, señor
que se hubieran vendido no sólo todas las sillas disponibles
se hubieran vendido todas las mesas disponibles
de existir comprador de mesas
se hubieran vendido todas las puertas disponibles de existir
comprador de puertas
se hubieran vendido todos los armarios disponibles de existir comprador de armarios
se hubieran vendido todas las camas disponibles de existir
comprador de camas
se hubieran vendido todos los hombres disponibles de existir comprador de hombres
con comprador, señor, se hubieran vendido todas las existencias, señor. Nadie traficó más que con cómodas, señor.

José María aficionado a la caza
propietario de una escopeta de cañón único
en el último año de su vida no cazó
quemó con fiebre progresivamente más y más alta
yo lo quemo todo, decía
incluidas las sillas, decía
es más, especialmente las sillas, decía
las sillas se desarman fácilmente, decía
las impacto contra la pared y se desarman solas, decía con las sillas no necesito utilizar herramientas, decía las impacto contra la pared lo más fuerte que puedo y las sillas
cualquiera que sea su calidad
cualquiera que sea su edad
se desarman solas, decía
luego las introduzco dentro de la estufa
y ¡cómo queman!, decía
¡cómo queman!, decía
lo quemo todo, señor, decía.

Cuando murió
lo había quemado absolutamente todo
había quemado absolutamente todo lo quemable
vecinos piadosos prestaron la cama de madera en la que se expuso 
su cuerpo ya sin vida
para que todos pudieran verlo
su cuerpo muerto ya sin vida.
Sobre una cama de madera prestada
después dentro de un ataúd de madera
de madera prestada
también dentro del ataúd su escopeta de cañón único
como había sido su voluntad expresada en vida.
A José María no lo quemaron
no había quemador
de modo que José María no pudo ser quemado a pesar de su voluntad 
de ser quemado expresada en vida
así descansa dentro del nicho de obra y tapia de mármol (lápida) 
donde podemos leer
José María cazador aficionado.
El último gesto en vida de José María fue quemar su propia cama
su último gesto como le digo, señor
una vez los últimos restos de la cama estaban ya ardiendo
José María murió, señor
ahí en el suelo al lado de la estufa, señor
con su escopeta de cañón único agarrada con ambas manos, señor apretada contra el pecho, señor
como los piadosos aprietan sus rosarios, señor.
José María
José María, señor
José María.
el mar el mar el mar el mar el mar el mar el mar el mar el mar el mar el mar sobre la corriente una casa sobre una casa un árbol sobre un árbol una hamaca descanso descanso descanso descansodescansodescansodescanso agua agua agua agua agua agua agua agua agua agua agua agua agua
donde los mares se encuentran agua donde los mares se hablan agua donde los mares se acarician agua donde los mares se pelean agua donde los mares se funden agua agua agua agua agua agua agua agua agua agua aguaagua aguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaaguaagua
No necesitas el impacto de un accidente mortal para recobrar de golpe las imágenes de toda una vida.
Sólo necesitas el impacto cotidiano para observar los cuerpos vacíos y volver a lavar los platos como acto creador.
Tampoco se trata de parar este fluir de imágenes, se trata de seguir la corriente del río hasta llegar al mar.
Zozobrar, comprobar que ya no eres un reptil perezoso, eres un hombre que no sabe nadar.
Gritas. ¡Estos malditos sueños me despiertan! y das tu salto terminal. Aún puedes preguntar ¿Quién me mira?
Entre conexiones de materia viva, dentro del valle de los desperdicios, vertedero industrial, doméstico, humano, aún puedes exclamar: todo está aquí. Cubierto por la era de la lluvia ácida preguntas ¿Dónde está el pijama? ¿Dónde está el traje de noche? Sientes de nuevo el dolor, aquel dolor crónico, ¡estas esposas me rompen las muñecas!
Eres testigo del reciclaje en cadena, de la transformación de los desperdicios en ceniza ¿Quién me mira? Narciso, Prometeo, Orfeo, Dionisio, sus sombras conquistan el espacio ácido.
Maletas vacías. Deambular entre insomnios de falsos espejos y cuerpos quemados. ¿Quieres volver a doblar el papel, a dormir bajo los portales con el frío, el calor, la lluvia? ¿Quieres? Todo aquello ya no es cotidiano, ya no es drama, es algo que va más allá de absurdas razones, es tan real, cómico y dramático como esta rata que me hurga el pie.
No me preguntes qué estás haciendo, haces lo que siempre hiciste, nada más que lo que siempre hiciste, nada más.

Texto del espectáculo presentado por Arena Teatro en 1987


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