Leyla Dunia. 2016.
Leyla Dunia: ¿Cómo surge tu participación en el encuentro de La Situación que tuvo lugar en Cuenca en 1993 y qué recuerdas con más intensidad de las jornadas?
Manolo Quejido: Recuerdo que surgió por propuesta de Ángel González y Horacio Fernández, y lo recuerdo como unos días verdaderamente asamblearios, marcados de un carácter político muy fuerte, pues se estaba en contra de todo el aparato institucional que se había levantado, frente a un fenómeno que parecía, si se quiere, ingenuamente natural. En los 80 se había planteado la posibilidad de la vuelta a la pintura, que venía ya desde los 70, y en algunas prácticas previas, que tenían unos planteamientos del arte más ligados a las últimas vanguardias. Ese paso era muy problemático, porque todos sabíamos que ponerse a pintar significaba la entrada al “mercado”, estableciéndose unas situaciones que al principio eran muy alentadoras pero que por otra parte eran, también, demoledoras. Entonces, todo volvía a ser lo mismo de siempre: qué es el arte, qué es la pintura, cuánto ganas, cuánto vale esto; esa relación… Por otra parte, esa vuelta a la pintura suponía una reacción a los planteamientos conceptuales que habían llegado ya a un camino sin salida, porque de hecho “una lata de mierda” alcanzaba precios desorbitados, es decir, el arte conceptual, desde el punto de vista operativo de cambio, de modificación de los hechos sociales, había fracasado. El aparato crítico que se había montado, se había desmontado a sí mismo en su inefectividad.
José Aja: Creo importante destacar que Manolo iba junto a otros artistas que también asisten al encuentro del 93 (Alfredo Igualador, Mario Martín Crespo, José de León,
1 Réquiem para Walter Benjamin, citado por Suely Rolnik en la conferencia ‘Furor de Archivo’ impartida en el Hemispheric Institute of performance and politics.
Miguel Brayda…), representando al Almazén de la Nave, donde se desarrolla una programación muy completa de exposiciones, conferencias e intervenciones. Por allí empezó a pasar mucha gente, entre ellos Ángel y Horacio. Una de las mesas de debate de la edición de este año va a tratar sobre eso, la autogestión y las prácticas colaborativas. De alguna manera, Manolo, es para mí y para muchos otros artistas de mi generación- un referencia importante en lo que se refiere a la puesta en común de una práctica como la pintura, lastrada por una carga en exceso individualista. Eso es lo que nos queda de resistencia…
M.Q.: Eso que dice José es cierto, ahí aparece el trayecto de las prácticas colectivas. En aquellos tiempos un pintor no podía ver a otro pintor a menos que fuera a 100 km de distancia, en mi caso no ha sido así para nada. En el año 81 entramos en una nave industrial que está en el barrio de La Latina en Madrid. El edificio estaba vacío y poco a poco fuimos ocupándolo, tenía 4 ó 5 plantas con 2 ó 3 talleres cada una, donde llegamos a hacer muchas actividades. En el curso de la década de los 80, a finales, se nos abrió la posibilidad de alquilar el local de abajo del edificio, algo semejante a una entrada de garaje, para abrir una sala y hacer exposiciones. Nosotros mismos gestionamos todo viendo un poco como llevarlo a cabo, y fue una tarea magnífica en muchísimos sentidos. Hubo una gran vitalidad, no solamente exponía la gente, sino que también había conciertos de rock, de flamenco, venían a dar charlas, teníamos algún seminario. Aquello duró unos 5 años y sirvió de puente, con otros más que no pertenecían al edificio de la Nave, para abrir otro espacio en Madrid, cerca del Reina Sofía, que fue Cruce y en el cual hemos estado desde el 94 y que aún sigue. Había varias cosas entonces, luego se estuvo celebrando la feria de ARCO en la Casa de Campo, que quedaba muy cerca…
J.A.: El pabellón de cristal está en la Casa de Campo, y eso tiene que ver con la intervención de Manolo para La Situación del 93, porque la idea era plantear qué harías si tuvieras que realizar una propuesta para ese espacio.
M.Q.: Si, planteé una cosa que tenía relación con el lago, también con el edificio, aludiendo a la araña enorme de Louise Bourgeois y a una obra de Richard Serra que vi en el recinto ferial. Era una pieza inmensa que consistía en 3 ó 4 planchas de hierro muy “gordas” y muy altas, simplemente apoyadas como si fueran las cartas de una baraja. Ocupaba toda una planta enorme y daba miedo que aquello se cayera, y al hilo de ese trabajo hice una especie de intervención. Volviendo a lo que hablábamos en relación a Cruce, que fue muy vital, la cuestión primera era plantearse que si queríamos hacer algo podíamos hacerlo, esa era nuestra frase preferida. Entonces, nos propusimos hacer una asociación cultural con una línea de financiación y en un primer momento funcionó. Fue muy bello. Luego ya eramos muchos y todo empezó a complicarse un poco más. Era menos creativo por decirlo de algún modo, se trataba de formalizarlo todo…, empezó a entrar, no lo político, sino La Política. La otra forma de plantearlo, la de El Almazen era para mí el modo más lógico y deseable, porque las cosas se pueden hacer de forma colectiva sin darle cabida a las estructuras de control, y por lo tanto de jerarquización,
que aparecen irremediablemente. Algún filósofo piensa que lo comunitario es por ejemplo la familia, en donde no hay más ley que la del Padre, que lo que interesa es la sociedad y que existan leyes. No digo que no, pero si hemos acabado con esa cuestión de lo común, entonces hemos acabado con la cuestión del comunismo y hemos acabado así con la cuestión esencial del anarquismo, que es que las cosas casi se pueden hacer solas.
L.D.: Se necesita una sociedad muy consciente para poder llegar a ese sistema de organización, no funciona si sólo algunos individuos se suman, organizarse se vuelve muy complejo…
M.Q.: Es difícil, el problema es que el paso lleva consigo, casi de manera irremediable, matar la semilla de esa posibilidad. Ese es el asunto… Habría, seguramente, que establecer unas líneas paralelas para que eso, más que nada teóricamente, se pueda articular.
L.D.: ¿Recibieron algún tipo de financiación para llevar a cabo esos proyectos autogestionados?
M.Q.: Esos años hubo con la comunidad europea una especie de amago en la que promovieron que los espacios autónomos se pusieran en conexión y hubo una cierta financiación, muy débil. Se pensaba que desde el punto de vista cultural podía significar algo, por supuesto se conectaba con muchas cosas. Sin embargo, que en esas fechas y para empezar hubiera un cierto aporte institucional era importante, a nosotros nos parecía aceptable. De eso a lo que pasa ahora, habría que estudiarlo, porque actualmente solo puedes entrar por los cauces que están corriendo, si no es por esos caminos, no existes, y quien no está en la red queda fuera.
J.A.: Habría que remontarse más atrás, porque Manolo formó parte de una generación de artistas que trabajaron en los seminarios del Centro de cálculo, y que posteriormente retoman la pintura desde el cuestionamiento de qué era posible hacer con ella en la actualidad. Comentábamos que el arte tiene que ser algo que abra mundos… Y me da la sensación que el arte hoy en día, se reduce a documentar lo que sucede. Se mueve en el plano de la comunicación. La pregunta es: ¿cómo dar forma a todo eso? La relación con la tecnología en la actualidad nos ha convertido en herramientas de trabajo. Nos ha abierto tanto la puerta, que nos ha expulsado del lugar. Ha ocupado nuestro lugar en el mundo… Lo que más me preocupa de la universidad es el tiempo que se pierde al servicio de esta nueva tecnología. Todos esos aparatos que nos alejan del diálogo y la reflexión, de lo sensorial y corporal, y en consecuencia, de una mirada más crítica. Son dispositivos que interfieren continuamente, y para algo tan delicado como la pintura…
M.Q.: Puede servir como herramienta, el problema es cuando el instrumento se hace con el cuerpo de todo, en los modos incluso en los que se va a utilizar. Ya no se lee con la demora de vida que el texto sobre el papel nos posibilita. Tanto es así, que ya nadie
puede saber, si es que lo sabíamos antes, qué es eso de la pintura y qué hace, es muy fácil pasar página.
J.A.: El artista, ahora, ha sido engullido por los medios. Ahora todo pasa por la comunicación, y me parece que en este encuentro, me refiero a La Situación que ahora nos ocupa, la pintura no está convocada. Es curioso, porque se habla mucho del cuerpo, pero a la vez está produciendo un distanciamiento de las prácticas que pasan por el cuerpo para darse en otro lugar. Pareciera que los afectos van por otro lugar…. No se trata de lo que ya vemos, sino de que eso que vemos pase a ser otra cosa, que tenga algo que decir. Y ahí Manolo, al lenguaje, siempre le está sacando punta, afilando…
M.Q.: Trabajo con el lenguaje. Pero hay que darse cuenta de que el lenguaje es una cárcel que no tiene salida posible, no hace falta ni guardián porque no tiene afuera, él se ocupa de todo. Pensando en el cuerpo, me pregunto si puedo de alguna forma librarme, al ser consciente de que realmente no hablo yo, sino que habla el lenguaje a través de mi. ¿Cuál es la forma, quizás, de romper con ello? Yo creo que precisamente la literatura, el arte, el pensamiento, está de algún modo rompiéndole el suelo al lenguaje, desmontándolo, quitándole ese riesgo. Desde ahí puedes sentir y vivir cosas o tener relaciones en unos órdenes en que el lenguaje de algún modo se ha quedado un poco suspendido o roto, como pasa en la poesía, en los poemas. Hay lenguaje, pero está rompiéndose por algún sitio, está sacándote afuera de algunos principios que quieren de algún modo homogeneizar e introducirnos a todos en una red, en la que no cabe posibilidad de crear ninguna subjetividad autónoma, propia. Somos un hormiguero, pero nuestra pretensión como humanos quizás precisamente es ir despertando de sueños que son pesadillas…
L.D.: ¿Ha crecido el poder de la institución desde 1993?
M.Q: Pienso que es excesivo a lo largo de esta última década, la entrada del estamento institucional y de todos esos fenómenos para la propia producción del arte. No hablo solo a nivel de mercado sino que parece que no corre la sangre, que estuviera seco. Para ellos, se trata de establecer que el arte no es más que una función de la creatividad humana, como la ciencia, que de algún modo tiene que socializarse, nada de individuo, nada de genialidad, nada de autor creador, toda la cuestión es el hecho de interrelacionar y despersonalizar, no de ser sujeto sino alguien completamente neutro. El capital ha dirimido ya completamente toda producción de subjetividad autónoma y soberana. Tengo unos posicionamientos de desacuerdo, a día de hoy, con respecto a la institucionalización de las prácticas del arte, que han priorizado completamente la producción y han disuelto la posibilidad de resistencia de algo, que de algún modo, trabaja en un afuera de lo social.
J.A.: Sí, eso es exactamente lo que pasa con esos espacios privados alternativos, que son utilizados por la Institución como su casa, y el sistema termina por hacer suyas esas particularidades, de tal manera que acaban por neutralizarlos.
M.Q.: Pensamos en movimientos artísticos y sociales, pero cuánto tarda eso en venderse y convertirse en moda, el aparato lo absorbe de forma sistemática. Estas cuestiones de lo colectivo de las que hablábamos, creo que es la única vía que tenemos para tener una autonomía necesaria en nuestras prácticas. Sin embargo, también están los intereses personales que acaban por quebrar el proyecto colectivo. Quizás haya que imaginar y aprender otras maneras de hacer.
J.A: En el caso de la docencia en la universidad, por poner un ejemplo, los alumnos se preguntan por nuestra actividad artística, se preocupan incluso. Esa situación no es fácil, puesto que mantener esa actividad entra en conflicto por todo lo que decíamos antes. Una situación ideal en la que compartir y trabajar a la vez resulta inviable ahora mismo. La institución te enfría de alguna manera, el cuerpo se siente en una celda. Lo natural es que una facultad de bellas artes sea una puesta en común de actividad artística.
L.D.: ¿Manolo, qué crees que significó en 1993 el encuentro de La Situación para el panorama artístico español?
M.Q: Era importante en ese momento la idea de situación, llamaba a una posibilidad de reacción, de romper con una pasividad… Hubo una cierta agitación y la idea era desmontar ese panorama que se había plegado a todo un trazado comercial y de propaganda de los artistas como imagen de España. Recuerdo que salieron varios textos, facsímiles que me interesaron, también recuerdo las protestas de los artistas hacia la gestión de las galerías…
L.D: Hablabas en el comunicado de 1993 sobre la competitividad, vivimos en una sociedad que fomenta la competencia desde la educación inicial, al final del comunicado decías “Ojalá que el juego fuera jugar que si perder es perder ganar es también perder cuando la economía del cuerpo social no es integradora”.
M.Q: Bueno, me gusta escribir paródicamente, llegué a hacer octavillas en una exposición individual. Ha pasado tanto tiempo, no es que vaya a aportar nada. Todo nos lo cuentan de arriba a abajo desde hace mucho tiempo. Ficticiamente hablaba personalizando al poder mismo: “hagáis lo que hagáis estáis controlados, acabaréis entrando en nuestro sistema”. A partir de esa fecha del 92 fue un cambio fuerte, porque lo que había venido pasando desde los 70 y 80, de una cierta esperanza, se vino abajo. Cayó el muro de Berlín, se supone que ha caído la Unión Soviética, el comunismo, entonces solo nos quedaba el duro capitalismo, por más que intentáramos escapar… Había que intentar hacer algo, cada uno, juntos, lo que se pudiera.
L.D: El encuentro La Situación de 2016 apunta a una reflexión sobre el estado de excepción permanente y la situación de precariedad como lo cotidiano ¿qué piensas que podemos hacer desde el arte, se puede afectar el panorama de alguna forma?
M.Q.: Creo que sí, y aunque la cuestión de la política no me es indiferente, no creo que sea el principio que mueve la práctica artística o la práctica de la pintura, que es a lo que me dedico. No tendría que pertenecer a ningún partido en concreto, sin embargo uno hace muchas cosas políticas en muchos sentidos. La pintura te va a plantear cuestiones que no vas a resolver de inmediato, es un problema sin solución que está ahí y persiste. Por eso decía Bataille que el primer trazo no añade nada al mundo, no es una cosa más del mundo, sino que ha restado todo el mundo, ha creado un afuera. El universo es increíble, estamos en la atmósfera con la luz del día, si salimos ahora mismo con un cohete es de noche, no hay luz, esto es una bombilla que se enciende todos los días y se acaba cuando el sol no entra. No somos tan integrables por ese tipo de soluciones que, en general, tristemente acaban siendo las cadenas mismas que nos esclavizan. No se sabe de qué forma perversa e increíble se convierten en la negación misma de su pretensión.
L.D: El subtítulo de La Situación 2016 es ‘Arte por venir’, en tu opinión ¿qué podemos avistar en el horizonte?
M.Q: García Calvo tenía una lectura muy crítica del porvenir, porque si nuestros proyectos de vida están referidos al futuro o a lo que haya que venir, hemos caído en la trampa. Desde el punto de vista de la ciencia se escucha que todos vamos a ser robots interconectados. Lo terrible es que si todo está referido al futuro, uno se pregunta por qué no nací después, y el que nace después se hace la misma pregunta. Eso es una auténtica locura, es una cosa que desarticula el cerebro porque no hay más que pasado y este presente continuo. Si nos referimos solo al futuro nos han hurtado toda posibilidad, porque el porvenir siempre está por llegar. No me veo progresista en el sentido de futurismos de ningún tipo, creo que el ser humano es el mismo y seguirá siendo el mismo hasta el último hombre. No es una cuestión de estar en contra de la investigación científica, para nada, todo lo contrario, sino en cómo eso es inmediatamente tomado por la industria para instrumentalizarlo y capitalizarlo.
