En la partida de Guillermo Tovar de Teresa.

Ha fallecido el historiador del arte mexicano Guillermo Tovar de Teresa. Su espectacular obra sobre las artes y patrimonio histórico del México novohispano comencé a conocerla bien recientemente, con ocasión del último viaje a la que Alexander von Humboldt dio por nombre La Ciudad de los Palacios, y de la denuncia el pasado septiembre sobre la  inadecuada restauración de la gran estatua ecuestre de Carlos IV, obra de Manuel Tolsá, director al final del tiempo virreinal de la Real Academia de San Carlos. La suerte mía ha sido estar iniciándome en el uso del “Facebook” al tiempo que Tovar creaba el grupo de “El Caballito”, como se conoce allí a la estatua de Carlos IV, y, a la vez, que la biblioteca de mi Universidad contara con casi todos los libros de la autoría de nuestro historiador, fruto del tiempo anterior a la crisis, con la que se suspendió la adquisición de nuevos libros. Con ello he tenido la posibilidad de leer y mirar La Ciudad de los Palacios, La pintura y la escultura de Nueva España y, a la vez, seguir al día el debate mexicano sobre la obra de Tolsá.

Tovar de Teresa ha sido un gran mexicano, orgulloso cuidador del México novohispano, un pasado que ha sufrido de modo notable en las tareas de modernización de ese país. Todo ello es muy relevante para los españoles, pues estimo que no podemos tener conciencia de lo que somos sin conocer y comprender nuestra América y, particularmente, México y la obra de España allí.

De mucho interés resulta para españoles la siguiente reflexión: “los mexicanos sufrimos una enfermedad, una furia, un deseo de autodestruirnos, de cancelarnos, de borrarnos, de no dejar huella de nuestro pasado y de un modo de ser en el que creímos y al que nos consagramos. Somos actuales a costa de negar nuestra vocación barroca y adoptamos un supuesto “buen gesto” a costa de nuestra verdadera riqueza artística. Pocos casos son semejantes en la historia de la humanidad. La destrucción de Roma por los bárbaros en menos inexplicable: destruían algo que no les pertenecía”.

No parece fenómeno solo mexicano, sino bien español también. El desprecio por el pasado patrimonial fue atroz hasta los momentos particulares del tiempo del principio del siglo XX, con el Marques de Vega – Inclán y del tiempo de la formación de la Junta de Ampliación de Estudios y luego el de la República. Los años sesenta y la especulación urbanística destruyó más que la guerra civil y la guerra europea. De las capitales españolas solo Toledo se alza  sobre el Tajo relativamente  incólume. Mi ciudad natal, Valladolid, destruyó palacio a palacio su inmenso patrimonio, propio de una capital imperial.

Contiene Tovar en la conclusión de La Ciudad de los Palacios una página no pensada para el moderno Derecho Comparado,  lo sería muy del gusto de Mireille Delmas Marty y Sergio García Ramírez, pero que le resulta aplicable a la perfección lo que viene en lo siguiente: “Criticar es casi lo contrario de comparar. Criticar es discernir, distinguir, separar una cosa de la otra para valorizarla desde su propio centro de gravedad”. Y anteriormente señalaba que  imitar es buscar semejanzas a algo, “comparar e imitar forman un binomio implacable contra la crítica y la originalidad”. Y más adelante sigue con un par de sustanciosas afirmaciones: “conservar los monumentos es afirmar la originalidad de los pueblos Y asegurar su memoria para orientar su proyecto… Conciencia y libertad producen crítica y originalidad, comparación invitación, dependencia y retraso” (p. 188).

Ha sido Tovar un hispano de ambas orillas y ha estudiado la relación de arte y artistas en ese tiempo y en el espacio de las Españas, pero también el de las idas, venidas y asentamiento pleno de familias españolas en México. Una descomunal y laberíntica muestra de ello es la “Crónica de una familia entre dos mundos. Los Rivadeneira en México y en España” (2009). En esta obra se muestra también que Tovar era un “criollo”, que cumplía con la propia definición que de ello el mismo dio: “ser criollo no implica necesariamente pertenecer a una clase social y menos aún étnica. Es más bien un hecho de conciencia. La misma que permite afirmar valores propios y distintos, que en los años del virreinato se vinculaban a la idea de la monarquía indiana y se oponen a la de una monarquía católica universal.

Hoy son criollos en México todos cuantos se sienten orgullosos de sus pasados y sus hechos constituyentes y los cultivan: lo prehispánico, lo colonial, la independencia, la reforma y la revolución y de todo aquello  cuanto se ha construido en el tiempo contemporáneo, en México y en el resto de América hispana, quizá el “criollo” más completo fue Francisco Ayala.

Me gusta que Tovar reivindique que “la colonización española fue muy singular. Permitió un extraordinario mestizaje técnico, social y cultural del cual una modalidad es el “criollismo”. “Ser criollo o acriollarse”, es volverse propio de la tierra que se habita, sea se americano o europeo, nativo u extranjero, adoptando y adaptando las formas de vida del viejo y del nuevo mundo. Los colonizadores españoles habrían de habitar su nueva tierra por muchas generaciones y al cabo del tiempo fueron los primeros en profesar el patriotismo cívico indiano. Ese patriotismo criollo será la semilla de la independencia”. Desea Tovar que con su texto se entienda que “el tipo de colonización que tuvo lugar en América fue el de un verdadero Imperio, distinto de otros poderíos europeos que más bien desarrollaron un imperialismo. No trasplantaron personas de calidad, catedrales, universidades y cultura, sino mercantilismo y exploración utilitaria, exterminio racial y no mestizaje” (p. 277). Bastaría recordar que México tuvo en Benito Juárez al primer presidente indio de América, formado en su propia Universidad de Oaxaca.

De gran interés para juristas es otro ejemplo de estudio transversal europeo y americano en el que revisa la conciencia moral y práctica de las inquisiciones de ambos lados del Atlántico, que lleva a cabo con Cristina Gómez Álvarez: censura y revolución: libros prohibidos por la inquisición de México: (1790-1819), publicado en 2009.

Todo lo dicho no sirve sólo para solaz del que se deleita con la historia de las cosas y de nuestras sociedades. Bien al contrario, este asunto tiene un gran sentido y utilidad práctica. Nosotros los hispanos,  podemos pensar lo que queramos, entre nosotros y para nosotros mismos, pero nuestro problema más allá de nuestra frontera, sea Río Grande, sean los Pirineos es nuestra afirmación y la dificultad del  reconocimiento como cultura y civilización avanzada por nuestros vecinos del norte. Recientemente se han publicado los trabajos de un congreso y exposición en Washington sobre la ayuda española y, lógicamente, novohispana, a la independencia de los Estados Unidos. A los comienzos de la preparación del Simposio en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos desconocían por completo el concepto  “ayuda española a la independencia norteamericana”. Los que asistieron a la exposición pudieron hacerse una idea decente de ello. Eduardo Garrigues, gran y culto embajador consiguió emparejar en el pórtico de la exposición, frente a frente a George Washington y al rey Carlos III, que tanto le había ayudado, del mismo modo que en su día el primer presidente norteamericano en el desfile de la independencia del primer cuatro de julio, puso  a caballo a su derecha ni más ni menos que a Bernardo de Gálvez, capitán general de la Luisiana, que luego sería Virrey de la Nueva España. El libro editado por Eduardo Garrigues y Antonio López Vega en la colección Biblioteca Nueva de la Fundación Ortega y Gasset- Gregorio Marañón es de lectura muy recomendable para todos los aficionados al pasado y, sobre todo para los que nos empeñamos en la labrar nuestro futuro. El colofón del libro es un trabajo excelente de Emilio Lamo de Espinosa que tiene por título: La frontera entre el mundo anglosajón y el hispano: ¿es América Latina occidente?. Quien no consiga el libro puede encargarme que le proporcione este último capítulo, pues no debería haber mexicano ni español alguno que desconozca ni el reto que tenemos ante el norte, ni el peso con el que podemos y debemos abrirnos paso en él. Ese peso es muy variado, pero pesa en oro todo ese pasado de arte y arquitectura de todos los tiempos con el que todavía contamos en una muestra extraordinaria y a cuya defensa y estudio dedicó su vida Guillermo Tovar de Teresa.