Por qué debemos citar correctamente

Remo Fernández-Carro

En el mundo académico se nos paga y se nos respeta, más o menos, porque escribimos trabajos verdaderos, originales y exactos. En la Facultad o en la Escuela Universitaria es donde aprendemos a hacer esa clase de trabajos. Por un lado, nuestros trabajos deben estar bien hechos, deben respetar el método científico y la forma de trabajar de nuestra especialidad. Por otro, deben ser honestos: si no presentamos trabajos verdaderos, originales y válidos —es decir, bien hechos— no nos ganaremos el respeto de nuestros colegas ni el de la sociedad. Y por ese respeto, por la reputación que nos dan nuestros colegas y los demás, es por lo que al final se nos paga. La reputación es el tesoro de quien se dedica al trabajo intelectual. Construir la credibilidad de nuestros textos (y la nuestra) es nuestro trabajo central.

Es cierto que la verdad, la originalidad y la validez son más un ideal que algo que encontremos siempre en los textos académicos. No siempre resulta correcto todo lo que decimos, no siempre es original porque no siempre estamos completamente seguros de alguien no lo ha hecho o dicho antes; no siempre podemos ser del todo precisos. Pero al menos nuestro trabajo debe demostrar que lo hemos intentado, y que lo hemos intentado con toda la honradez posible. Si un trabajo nuestro resulta no ser cierto, original o exacto, (y alguien lo descubrirá, antes o después, con lo que quedaremos bastante mal) debe ser claro que no es porque no hayamos hecho bien nuestro trabajo.(1)

Hay otra razón. Es evidente que mucho de lo que podemos decir está dicho ya, alguien lo ha descubierto, a alguien se le ocurrió antes que a nosotros. En cierto sentido utilizamos el trabajo de otros, constantemente. Como no se lo podemos pagar directamente —podemos llevarle unas flores a Vygotski a su tumba, pero poco más— lo hacemos reconociendo su trabajo. En el mundo académico se valora este ritual de hacer ofrendas a los que vinieron antes. Merton, un gran sociólogo, decía que nos subimos a hombros de gigantes.(2)

Y, ¿cómo podemos convencer a nuestros lectores de que estamos intentando hacerlo bien? ¿Cómo construimos la credibilidad? ¿Cómo lo hacemos? La mejor manera es explicarlo todo, exponernos completamente, no esconder nada: si un lector sospecha que tratamos de esconderle algo nuestra credibilidad se vendrá al suelo. Debemos dejar claro cómo hemos hecho las cosas, de dónde hemos obtenido la información, cómo hemos elaborado nuestros resultados. Si hemos hecho un experimento, por ejemplo, debemos explicar con qué técnicas o con qué aparatos. Los químicos explican hasta la marca de los productos que usan o el fabricante de los aparatos que han usado (¡en serio!). Y, por fin, debemos explicar de donde proceden los datos o las ideas que no son nuestras. Y si estamos reelaborando las ideas de otros, que es o más habitual, debemos explicarlo en algún sitio. Sin dobleces, honradamente. Y para esto utilizamos las citas y las bibliografías.

Las citas y las bibliografías son nuestras principales herramientas para hacer creíble nuestro trabajo, para demostrar que si resulta que no es correcto, original o certero no es porque no hayamos puesto todo de nuestra parte.

Y, entonces, ¿cómo hacemos bien una bibliografía? ¿Cómo citamos correctamente los materiales? Lo veremos en el texto siguiente.

Referencias:

Merton, Robert K. 1965. On the Shoulders of Giants: A Shandean Postscript. The Free Press.

Standing on the shoulders of giants. (24 agosto 2021). En Wikipedia. http://en.wikipedia.org/wiki/Standing_on_the_shoulders_of_giants

Bernardo de Chartres. (13 julio 2020). En Wikipedia. http://es.wikipedia.org/wiki/Bernardo_de_Chartres

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(1) Si no reconocemos la idea o la información de otro a sabiendas le estamos plagiando. El plagio es una de las peores formas de deshonestidad académica. Tampoco es muy honesto olvidar citar bibliografía o no hacer el esfuerzo de buscar el origen de argumentos, ideas o datos importantes: nos hace aparecer como malos académicos. Al plagio le dedico otro texto.

(2) Merton (1965). La frase se suele atribuir a Newton, pero tampoco es suya, como explicó Merton. Véase también las entradas en Wikipedia, Standing on the shoulders of giants (2021) y Bernardo de Chartres (2020).